🔴 Pausa en el precipicio
✍🏻 📜 | EDITORIAL
Comencemos por el final
Por Henry Kissinger
El debate público sobre Ucrania gira en torno a la confrontación. Pero, ¿sabemos a dónde vamos? En mi vida, he visto cuatro guerras iniciadas con gran entusiasmo y apoyo público, todas las cuales no supimos cómo terminar y de tres de las cuales nos retiramos unilateralmente. La prueba definitiva de una política es cómo termina, no cómo empieza.
Con demasiada frecuencia la cuestión ucraniana se plantea como un enfrentamiento: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser el puesto de avanzada de ninguno de los dos bandos contra el otro, sino que debe funcionar como un puente entre ellos.
Rusia debe aceptar que intentar forzar a Ucrania a un estatus de satélite, y con ello desplazar de nuevo las fronteras de Rusia, condenaría a Moscú a repetir su historia de ciclos autocumplidos de presiones recíprocas con Europa y Estados Unidos.
Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó Kievan-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania forma parte de Rusia desde hace siglos, y sus historias estaban entrelazadas desde antes. Algunas de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, empezando por la batalla de Poltava en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro -el medio de Rusia para proyectar su poder en el Mediterráneo- tiene su base en Sebastopol, en Crimea, mediante un contrato de arrendamiento a largo plazo. Incluso disidentes tan famosos como Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky insistieron en que Ucrania era parte integrante de la historia rusa y, de hecho, de Rusia.
La Unión Europea debe reconocer que su dilación burocrática y la subordinación del elemento estratégico a la política interna en la negociación de la relación de Ucrania con Europa contribuyeron a convertir una negociación en una crisis. La política exterior es el arte de establecer prioridades.
Los ucranianos son el elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y una composición políglota. La parte occidental se incorporó a la Unión Soviética en 1939 , cuando Stalin y Hitler se repartieron el botín. Crimea, cuyo 60% de la población es rusa, no pasó a formar parte de Ucrania hasta 1954, cuando Nikita Khrushchev, ucraniano de nacimiento, se la concedió como parte de la celebración del 300º aniversario de un acuerdo ruso con los cosacos. El oeste es mayoritariamente católico; el este, mayoritariamente ortodoxo ruso. El oeste habla ucraniano; el este, mayoritariamente ruso. Cualquier intento de un ala de Ucrania de dominar a la otra -como ha sido la pauta- conduciría finalmente a la guerra civil o a la ruptura. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste echaría por tierra durante décadas cualquier perspectiva de llevar a Rusia y Occidente -especialmente a Rusia y Europa- a un sistema internacional cooperativo.
Ucrania es independiente desde hace sólo 23 años; antes había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde el siglo XIV. No es de extrañar que sus dirigentes no hayan aprendido el arte del compromiso, y menos aún el de la perspectiva histórica. La política de la Ucrania posterior a la independencia demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos por imponer su voluntad a las partes recalcitrantes del país, primero por una facción y luego por la otra. Esa es la esencia del conflicto entre Víktor Yanukóvich y su principal rival política, Yulia Timoshenko. Representan las dos alas de Ucrania y no han estado dispuestos a compartir el poder. Una política inteligente de Estados Unidos hacia Ucrania buscaría la manera de que las dos partes del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no el dominio de una facción.
Rusia y Occidente, y menos aún las distintas facciones de Ucrania, no han actuado según este principio. Cada uno ha empeorado la situación. Rusia no podría imponer una solución militar sin aislarse en un momento en que muchas de sus fronteras ya son precarias. Para Occidente, la demonización de Vladimir Putin no es una política; es una coartada para la ausencia de una.
Putin debería darse cuenta de que, sean cuales sean sus agravios, una política de imposiciones militares produciría otra Guerra Fría. Por su parte, Estados Unidos debe evitar tratar a Rusia como un aberrante al que hay que enseñar pacientemente las normas de conducta establecidas por Washington. Putin es un estratega serio, según las premisas de la historia rusa. Entender los valores y la psicología de Estados Unidos no es su fuerte. La comprensión de la historia y la psicología rusas tampoco ha sido un punto fuerte de los responsables políticos estadounidenses.
Los líderes de todas las partes deben volver a examinar los resultados, no competir en posturas. Esta es mi idea de un resultado compatible con los valores e intereses de seguridad de todas las partes:
1. Ucrania debe tener derecho a elegir libremente sus asociaciones económicas y políticas, incluso con Europa.
2. Ucrania no debería entrar en la OTAN, una posición que adopté hace siete años, cuando se planteó por última vez.
3. Ucrania debería ser libre de crear cualquier gobierno compatible con la voluntad expresada por su pueblo. Unos dirigentes ucranianos sensatos optarían entonces por una política de reconciliación entre las distintas partes de su país. En el plano internacional, deberían adoptar una postura comparable a la de Finlandia. Esa nación no deja dudas sobre su feroz independencia y coopera con Occidente en la mayoría de los campos, pero evita cuidadosamente la hostilidad institucional hacia Rusia.
4. La anexión de Crimea por parte de Rusia es incompatible con las reglas del orden mundial existente. Pero debería ser posible situar la relación de Crimea con Ucrania sobre una base menos tensa. Para ello, Rusia debería reconocer la soberanía de Ucrania sobre Crimea. Ucrania debería reforzar la autonomía de Crimea en unas elecciones celebradas en presencia de observadores internacionales. El proceso incluiría la eliminación de cualquier ambigüedad sobre el estatus de la Flota del Mar Negro en Sebastopol.
Se trata de principios, no de recetas. Las personas familiarizadas con la región sabrán que no todos ellos serán aceptables para todas las partes. La prueba no es la satisfacción absoluta, sino la insatisfacción equilibrada. Si no se logra alguna solución basada en estos elementos o en otros comparables, la deriva hacia la confrontación se acelerará. El momento de hacerlo llegará muy pronto.
La satanización de Vladimir Putin no es una política; es una coartada para la ausencia de una (Tuitea esta frase)
👥🗣️ | Valores
Sentimiento Antirruso: Resultados de una guerra mundial no declarada
Por Equipo Destacada
La guerra que ha comenzado en las fronteras entre Rusia y Ucrania mantiene a todo el planeta en alerta, los enfrentamientos van en escala y son las vidas de civiles y militares de ambos países quienes serán los peores números que dejará el conflicto.
Los enfrentamientos entre ambas naciones llevan años, van más allá de lo que la propaganda nos muestra o de lo que en pocos días muchos se han abalanzado a aprender leyendo sus fuentes noticiosas de confianzas. Estamos viviendo un conflicto en tiempo real, en plena crisis, y no precisamente por la pandemia del COVID-19.
Al pasar los días, la respuesta por parte de occidente ha ido en escala; pasamos del rechazo público a las sanciones económicas, del apoyo al gobierno ucraniano al envío europeo de armas y municiones; y ahora, ante un posible escenario con repercusiones no contempladas, hablamos de “una cancelación rusa”.
Sí, a Rusia como país. No solo una condena a los hechos que el Gobierno de Vladimir Putin esté llevando a cabo, se busca “cancelar” un país.
Los procesos de deshumanización están íntimamente relacionados con los sistemas de dominación, el poder y con la manipulación de la cultura de masas. Por ejemplo, en general los sistemas autoritarios contienen procesos de deshumanización de las personas a ser dominadas.
¿Y es que acaso ignorar a tu oponente es la mejor solución? ¿Es acaso la “ley del hielo” la solución a un problema real que día a día toma vidas humanas? ¿No reconocer a tu oponente lo vence?
Resulta estúpido pensar en una respuesta afirmativa para las preguntas previas; el peligro de tal movimiento más allá de hacer parecer audaz a quien lo aplique dejaría ver más el desconocimiento que las soluciones diplomáticas y de conflicto han logrado en la historia de la humanidad.
Quienes vivimos el conflicto desde nuestras casas y observamos lo que ocurre a través de la venta de las redes sociales, no solo vemos (o veremos) lo que ocurre día a día, sino que si nos centramos (o al menos intentamos formarnos una opinión) comenzamos a identificar quienes son las víctimas no contempladas de la guerra no declarada de occidente.
La bien conocida cultura de la cancelación, una de las herramientas favoritas del progresismo, parece ser ahora arma occidental contra los rusos, quienes al final, de igual manera se encuentran en el medio del conflicto. Comienzan a ser segregados y acusados; atacados en el medio de un supuesto mundo libre que occidente ahora defiende desde una actitud inmadura y peligrosa.
El ciudadano común paga por las acciones de su mandatario dicen, pero ¿Qué pasa cuando incluso ellos mismos están siendo víctimas de lo que está pasando?
Y así, en otro escenario de esta misma situación también vemos como la libertad de expresión y a la manifestación; así como el acceso a la información también son objeto de restricciones en estos tiempos de emergencia. Cancelaciones y señalamientos por doquier.
Lejos de querer “cuidar” a occidente como si fuésemos niños; señalando a los ciudadanos rusos como malos y cómplices del conflicto, o controlando que se consume; es necesario fomentar los debates abiertos para consolidar una ciudadanía crítica, para que tenga las herramientas que le hagan dudar de todos datos que recibe. De los medios y de la política.
En todo caso, la mesa está servida y parece que la actividad durará más tiempo de lo esperado. Cada día entra un nuevo actor a escena; incluso aquellos a los que tal vez no deberíamos haberles entregado tanto poder.
📱💻 | Redes Sociales
La mortaja de la libertad esta tejida de Redes Sociales
Por: Equipo de Destacadas
La escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania, ha causado otras bajas de las que por ahora, nadie quiere hablar: las libertades.
Como es típico durante cualquier guerra, la primera en caer es precisamente la libertad y con ella todos los que apresuradamente se precipitan a estrangularla en nombre del bien común.
La movida más clásica -y aceptada- es clausurar estaciones de radio y canales te televisión, es decir canales de televisión rusos en Ucrania y viceversa, como decisión de estado para contrarrestar la propaganda.
Pero, ¿Qué pasa cuando las redes sociales comienzas a tomar partido en un conflicto entre naciones? se ciernen los más grandes peligros sobre la civilización.
Las RRSS han comenzado a utilizar como excusa, la situación en Ucrania para convertirnos a todos en objetivos ¿Cómo una lluvia de misiles sobre la democracia ucraniana abre cráteres en nuestras democracias acá? No tiene ningún sentido.
YouTube y Twitter se han apurado en censurar a medios de comunicación Rusos que con la excusa de ser medios del estado, han sido señalados de difundir "propaganda, desinformación y noticias tóxicas" ¿Quién en Twitter tomó esa decisión? ¿Quién le ha dado a RRSS la autoridad de controlar como consumimos la información o como los demás ejercen su libertad de expresión?
Los gerentes de las RRSS no parece importarles que al convertirse en parte activa de un conflicto, los hace automáticamente objetivos políticos y hasta militares del discurso, la neutralidad de las plataformas sigue siendo una quimera, porque mientras más intervienen en la conversación, más y más demuestren sus prevalecen sus tendencias políticas y ambiciones tiránicas por controlar a la población.
En una especie de cacería de brujas Twitter ha comenzado a agregar etiquetas especiales a usuarios que ya venia aplicando a medios, es decir. Algunos medios que eran del estado fueron etiquetados -Hace un tiempo ya- por Twitter como "Mediado Afiliado a Determinado País" en especial medios Chinos y Rusos. En el caso de Russia Today por ahora han sumado arbitrariamente a periodistas, colaboradores y hasta personas que dejaron hace años sus vínculos con la televisora y aún así son marcados sin ni siquiera poder apelar a Twitter.
Aprovecharse de la oscuridad del caos para adelantar una agenda de izquierda a espaldas de una población alarmada por una inminente escalada nuclear es nefario y no puede ser pasado por alto. Twitter alcanza una población de 350 millones de seres humanos, eso suma más que las poblaciones de Ucrania y Rusia combinadas, o YouTube que amasa la formidable suma de 2 mil millones de almas, cuesta incluso imaginar el poder y alcance que tienen estas plataformas cuando son utilizadas para propósitos mezquinos o deshonestos al margen del escrutinio de las democracias del mundo.
Creemos firmemente que no es jurisdicción de las plataformas unirse, participar e intervenir en ningún aspecto de la política internacional, que debería estar ejecutada por los estados y sus líderes -electos-.
Sin mencionar que es una aberración el etiquetado de personas. Pegar parches a las ciudadanos por su ideología, religión, nacionalidad, parcialidad política o porque les da la gana, sacude los más profundos cimientos en los cuales hemos construido nuestras democracias y forjado nuestras libertades, algo que no podemos permitirnos.
🌐 🛎️ | Relaciones Internacionales
La ilusión progresista provocó la crisis en Ucrania
Por Stephen Walt
La situación en Ucrania es mala y está empeorando. Rusia está dispuesta a invadir y exige garantías absolutas de que la OTAN nunca, nunca, se expandirá más hacia el este. Las negociaciones no parecen tener éxito, y Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están empezando a contemplar cómo harán pagar a Rusia en caso de que presione con una invasión. Una guerra real es ahora una clara posibilidad, que tendría consecuencias de gran alcance para todos los involucrados, especialmente los ciudadanos de Ucrania.
La gran tragedia es que todo este asunto era evitable. Si Estados Unidos y sus aliados europeos no hubieran sucumbido a la arrogancia, a las ilusiones y al idealismo liberal y hubieran confiado en cambio en las ideas fundamentales del realismo, la crisis actual no se habría producido. De hecho, Rusia probablemente nunca se habría apoderado de Crimea, y Ucrania estaría hoy más segura. El mundo está pagando un alto precio por confiar en una teoría errónea de la política mundial.
En el nivel más básico, el realismo parte del reconocimiento de que las guerras se producen porque no existe ningún organismo o autoridad central que pueda proteger a los Estados entre sí y evitar que luchen si deciden hacerlo. Dado que la guerra es siempre una posibilidad, los Estados compiten por el poder y a veces utilizan la fuerza para intentar estar más seguros o conseguir otras ventajas. No hay forma de que los Estados puedan saber con certeza lo que otros pueden hacer en el futuro, lo que les hace reacios a confiar los unos en los otros y les anima a protegerse contra la posibilidad de que otro Estado poderoso intente perjudicarles en algún momento.
El liberalismo ve la política mundial de forma diferente. En lugar de considerar que todas las grandes potencias se enfrentan más o menos al mismo problema -la necesidad de estar seguras en un mundo en el que la guerra siempre es posible-, el liberalismo sostiene que lo que hacen los Estados depende sobre todo de sus características internas y de la naturaleza de las conexiones entre ellos. Divide el mundo en "Estados buenos" (los que encarnan los valores liberales) y "Estados malos" (casi todos los demás) y sostiene que los conflictos surgen principalmente de los impulsos agresivos de autócratas, dictadores y otros líderes no liberales. Para los liberales, la solución es derrocar a los tiranos y difundir la democracia, los mercados y las instituciones, basándose en la creencia de que las democracias no luchan entre sí, especialmente cuando están unidas por el comercio, las inversiones y un conjunto de normas acordadas.
Tras la Guerra Fría, las élites occidentales llegaron a la conclusión de que el realismo ya no era relevante y que los ideales liberales debían guiar la conducta de la política exterior. Como dijo el profesor de la Universidad de Harvard Stanley Hoffmann a Thomas Friedman del New York Times en 1993, el realismo es "un completo disparate hoy en día". Los funcionarios estadounidenses y europeos creían que la democracia liberal, los mercados abiertos, el Estado de Derecho y otros valores liberales se estaban extendiendo como un reguero de pólvora y que un orden liberal global estaba al alcance de la mano. Asumieron, como dijo el entonces candidato presidencial Bill Clinton en 1992, que "el cálculo cínico de la pura política de poder" no tenía cabida en el mundo moderno y que un orden liberal emergente daría lugar a muchas décadas de paz democrática. En lugar de competir por el poder y la seguridad, las naciones del mundo se concentrarían en enriquecerse en un orden liberal cada vez más abierto, armonioso y basado en normas, configurado y vigilado por el poder benévolo de Estados Unidos.
Si esta visión halagüeña hubiera sido correcta, la difusión de la democracia y la extensión de las garantías de seguridad de Estados Unidos a la tradicional esfera de influencia de Rusia habrían supuesto pocos riesgos. Pero ese resultado era improbable, como podría haber dicho cualquier buen realista. De hecho, los opositores a la ampliación se apresuraron a advertir que Rusia consideraría inevitablemente la ampliación de la OTAN como una amenaza y que seguir adelante con ella envenenaría las relaciones con Moscú. Por eso varios destacados expertos estadounidenses -como el diplomático George Kennan, el escritor Michael Mandelbaum y el ex secretario de Defensa William Perry- se opusieron a la ampliación desde el principio. El entonces Subsecretario de Estado Strobe Talbott y el ex Secretario de Estado Henry Kissinger se opusieron inicialmente por las mismas razones, aunque ambos cambiaron posteriormente sus posiciones y se sumaron al carro de la ampliación.
Los defensores de la ampliación ganaron el debate alegando que ayudaría a consolidar las nuevas democracias de Europa Central y Oriental y a crear una "amplia zona de paz" en toda Europa. Desde su punto de vista, no importaba que algunos de los nuevos miembros de la OTAN tuvieran poco o ningún valor militar para la alianza y pudieran ser difíciles de defender, porque la paz sería tan sólida y duradera que cualquier compromiso de proteger a esos nuevos aliados nunca tendría que cumplirse.
Además, insistieron en que las intenciones benignas de la OTAN eran evidentes y que sería fácil persuadir a Moscú de que no se preocupara mientras la OTAN se acercaba a la frontera rusa. Este punto de vista resultaba extremadamente ingenuo, pues la cuestión principal no era cuáles eran las intenciones de la OTAN en realidad. Lo que realmente importaba, por supuesto, era lo que los dirigentes rusos pensaban que eran o podrían ser en el futuro. Incluso si los dirigentes rusos hubieran podido convencerse de que la OTAN no tenía intenciones malignas, nunca podrían estar seguros de que esto sería siempre así.
Aunque Moscú no tuvo más remedio que aceptar la admisión de Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN, las preocupaciones rusas aumentaron a medida que continuaba la ampliación. No ayudó el hecho de que la ampliación estuviera en desacuerdo con la garantía verbal del Secretario de Estado estadounidense James Baker al líder soviético Mikhail Gorbachev en febrero de 1990 de que si se permitía la reunificación de Alemania dentro de la OTAN la alianza no se movería "ni una pulgada hacia el este", una promesa que Gorbachev tontamente no codificó por escrito. (Baker y otros disputan esta caracterización, y Baker ha negado haber hecho ninguna promesa formal). Las dudas de Rusia aumentaron cuando Estados Unidos invadió Irak en 2003 -una decisión que demostró cierto desprecio intencionado por el derecho internacional- y aún más después de que la administración Obama se excediera en la autoridad de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y ayudara a derrocar al líder libio Muamar el Gadafi en 2011. Rusia se había abstenido en la resolución -que autorizaba la protección de civiles pero no el cambio de régimen- y el ex secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, comentó posteriormente que "los rusos sintieron que les habían tomado el pelo." Estos y otros incidentes ayudan a explicar por qué Moscú insiste ahora en las garantías por escrito.
Traducción Equipo Destacadas - Enero 22, 2022